La cinta, estelarizada por Margott Robbie, Sebastian Stan y Allison Janney, es un poderoso retrato sobre la atleta estadunidense, y de paso nos habla de una clase social cuyos integrantes son llamados de manera despectiva white trash, que lucha contra todo para ser incluida dentro del sueño americano; una clase estigmatizada debido a sus escasos recursos, falta de educación y un contexto de violencia normalizada.
Tonya (Robbie) creció en ese ambiente y fue discriminada por eso. Sin embargo, tenía el don del patinaje y enfocó todas sus energías a convertirse en alguien sobresaliente, y aunque de cierta manera lo logró su carrera fue manchada por el estigma de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades.
Tonya se preparó desde niña para ser una estrella del patinaje artístico, con la “ayuda” de su madre (Janney), quien la torturaba psicológicamente para sacar lo mejor de ella. Situación que de alguna manera favoreció para que Tonya se viera atrapada en un sistema de violencia intrafamiliar.
La patinadora rozó el éxito: fue la primera estadunidense en hacer un salto triple Axel, ganó un campeonato nacional y obtuvo un segundo lugar en un mundial. Pero siempre le faltó algo, o más bien, siempre algo le estorbaba: podría ser una actitud ruda y modales poco refinados, su mal gusto para vestir en competencias o su historial de violencia doméstica con su madre y con su novio Jeff (Stan), que le generaba una imagen negativa, contraria a la que la Asociación de Patinaje de Estados Unidos quería proyectar.
Yo, Tonya es una cinta conmovedora y trágica, con grandes actuaciones a cargo de Robbie y Janney; una cinta que nos muestra lo devastador que puede llegar a ser un estigma social, que no sólo limita nuestros sueños, sino que es capaz de destruirlos.